Cuentos para crecer

Pequeños relatos

El cuento de las ranitas

Adaptación al cuento de Jorge Bucay del libro "Déjame que te Cuente"

Había una vez, dos ranas que cayeron en un recipiente de nata. Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas.

Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil, sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar.

Una de ellas dijo en voz alta: "No puedo más, es inútil seguir prolongando este sufrimiento"  se quedó quieta y se dejó morir, la otra ranita, más tozuda siguió chapoteando y decidió luchar hasta su último aliento. Durante horas chapoteó y chapoteó siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un milímetro...

Y de pronto, de tanto agitar y batir las ancas, la nata se convirtió en mantequilla. Sorprendida, la rana pudo dar un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí pudo regresar a casa croando alegremente. Lo había conseguido!

¿Cuántas veces pensamos que es inútil y abandonamos algo que deseamos con todas nuestras fuerzas?


El sueño del Sultán

Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Al despertar, ordenó llamar a un Sabio para que interpretase su sueño.

- ¡Qué desgracia Mi Señor! - exclamó el Sabio - cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.

- ¡Qué insolencia! - gritó el Sultán enfurecido - ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y encargó que le dieran cien latigazos. Más tarde mandó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:

- ¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes.

Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:

- ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.

- Recuerda bien amigo mío, respondió el segundo Sabio: "Que todo depende de la forma en la que se dicen las cosas. Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse. De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe la menor duda, más la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado."

LA VERDAD PUEDE COMPARARSE CON UNA PIEDRA PRECIOSA. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado". Consejero del Sultán 

¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡¡Quién sabe!!

Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos.

Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaban para estar con él y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: "¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?. "

Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos. Entonces, los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Éste les respondió: "¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?".

Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: "¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?.

Una semana más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota le dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?

Todo lo que a primera vista parece un contratiempo, puede ser un disfraz del bien. Y lo que parece bueno a primera vista puede ser realmente dañino.



Darse cuenta 

Adaptación del cuento de Jorge Bucay del libro "Cuentos para pensar"


Me levanto una mañana, salgo de mi casa, hay un pozo en mitad de mi camino, no lo veo y me caigo en él.

Al día siguiente, salgo de mi casa, me olvido de que hay un pozo y caigo en él.

Cuarto día: salgo de mi casa tratando de acordarme del pozo, lo recuerdo, y a pesar de eso, no lo veo y caigo en él.

Séptimo día: salgo de mi casa y veo el pozo, tomo carrera, salto, rozo con las puntas de mis pies el borde del otro lado, pero no consigo hacerlo, caigo otra vez en él.

Noveno día: salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, lo salto, y sigo mi camino con dolor de piernas por el gran esfuerzo.

Décimo día: me doy cuenta... ¡que es más cómodo caminar por el camino de al lado!


¿Cuántas veces tenemos que caer en el mismo pozo para darnos cuenta de que existe?